viernes, 5 de agosto de 2011

Un milagro del Señor de Locumba (Napoleón Vega)


El 01 de abril de 1880, los guerrilleros del coronel Gregorio Albarracín derrotaron a la expedición chilena, en el pueblo de Locumba, sólo huyeron el jefe chileno y algunos subalternos extranjeros.
Por esta razón, las familias locumbeñas al estar en peligro, apresuradamente abandonaron el pueblo y corrieron en busca de refugio. “Alguien dio la idea y señaló como mejor lugar para ese efecto, la quebrada de Cauña, a donde se trasladaron apresuradamente, premunidos de los elementos necesarios (…).
Cauña queda a unos treinta y cinco kilómetros de Locumba, más exactamente, a la cabecera del valle de Cinto y al pie de los contrafuertes cordilleranos. En ese inhóspito lugar solitario de escarpados terrenos, rápidamente se improvisaron toldos y ramadas para alojar a las familias integradas por elemento impedido para ir a la guerra. Allí en la distancia y en frondosa vegetación silvestre quedó oculto el pacífico vecindario locumbeño, incapacitado para intervenir en defensa del pueblo, por carecer de material bélico. (…) En consecuencia, los refugiados de Cauña quedaron en el mayor desamparo contando sólo con la misericordia de Dios (…).
Cuando el teniente (chileno) Almeida huyó de la muerte, en Locumba, maltrecho y jadeante llegó a la estación ferroviaria de Hospicio (…) Luego dio cuenta de la suerte fatal que corrieron sus cincuenta soldados, significando esta acusación una profunda sed de venganza de parte de las tropas chilenas (…)
El mismo jefe del comando de las tropas invasoras dictó la terrible sentencia: todos los locumbeños debían ser pasados por las armas; incendiadas las casas del pueblo como también las del campo (…) Locumba fue arrasada por esa impía acción que puso prácticamente todo el pueblo en llamas, incluso la iglesia y como una veintena de bodegas repletas de vinos y aguardientes; esta venganza abarcó hasta el valle de Cinto. De esta manera Locumba quedó en escombros y en completa desolación.
Se dice que los chilenos buscaban con ansiedad la efigie del Señor de Locumba, no se sabe si para llevársela o para destruirla. Pero felizmente no fue ubicada, pues había sido ocultada previamente. (…)
Los pocos varones que en última instancia habían llegado allí en la condición de prófugos, aprovechando las primeras luces del alba, trepaban la cumbre para atisbar en dirección de Locumba, hasta que un día de retorno trajeron la terrible noticia de que habían visto avanzar una caballería en largo cordón y portando brillantes armas. Entonces no cabía duda que se trataba del ejército enemigo, cundiendo un terrible pánico entre las mujeres y niños que desesperadamente apelaban a la imagen del Señor de Locumba, demandando en clamorosa y santa devoción, su amparo.
Mientras el elemento femenino y los niños elevaban preces a Dios en son de auxilio; los ancianos y los pocos adolescentes que allí se encontraban, en resuelta acción, rápidamente deliberaron y poniendo su fe en Dios juraron defender el honor de la Patria y amparar a las familias allí refugiadas, acordando entonces en medio de vivas y de amplio fervor patriótico hacer resistencia al enemigo. (…)
Y efectivamente la caballería chilena avanzaba con cauteloso tacto y en minuciosa observación, pues, parece que temían un sorpresivo ataque. Cuando estaban a un kilómetro y medio del refugio, de pronto las avanzadas de la tropa enemiga se (encontraron) con un hombre que caminaba en sentido contrario, era de apariencia humilde y casi cubierto de andrajos. Inmediatamente fue detenido, y aunque esa persona no hacía resistencia, de viva fuerza fue llevado a presencia de los jefes. El extraño caminante, aunque en apariencia era humilde, lucía un austero semblante y sus palabras tenían el don de convencer; su mirar tal vez llevaba un poder hipnotizante. De otra manera no se concibe cómo pudo cambiar el rumbo a un regimiento de caballería que estaba ávido de sangre y de insaciable sed de venganza, sólo con el resultado de una breve interpelación que le hicieron los conductores de la caballería extranjera.
El modesto hombre quedó en libertad y siguió su camino (…) Así el regimiento de la venganza, hizo su regreso al desolado pueblo de Locumba.
Aquel misterioso personaje que salvó al vecindario locumbeño, había aparecido justamente en el preciso momento que era necesario interceder por los desamparados en el refugio de Cauña. Su presencia tenía semejanza al Salvador de Galilea. Si hacemos una investigación sobre su procedencia y su presencia en ese sector cordillerano, donde no hay medios de vida ni caminos para atravesar los andes, tenemos que llegar a la conclusión que su oportuna presentación allí no puede ser otra que la obra de la majestad divina. Pues, para presentarse en ese lugar el misterioso aludido caminante, necesariamente tenía que haber pasado antes por el sitio donde estaban atrincherados los improvisados combatientes de Cauña (…)” (Versión recogida por el Sr. Napoleón E. Vega, 1960). 
Durante la guerra externa, iniciada por Chile, se libró la batalla de Locumba, entre las fuerzas peruanas dirigidas por el coronel Gregorio Albarracín Lanchipa, junto a los pobladores patriotas de la zona, contra una avanzada del ejército chileno, dirigida por el comandante Dublé Almeida. El enfrentamiento ocurrió el 01 de abril de 1880, al final de la contienda huyó el jefe chileno, junto a ocho subalternos. Triunfo indubitable de la causa peruana, mas la respuesta posterior del ejército invasor no se hizo esperar: incendió el templo del Señor de Locumba, se asesinó a varios pobladores locumbeños, destruyó y saqueó las propiedades de los pobladores”. (adaptación del autor)
Fuente: "Señor de Locumba" de Napoleón Vega, 1961

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