Proseguimos con nuestra tarea de difundir sobre el origen del Señor de Locumba, en esta oportunidad transcribimos una versión captada en 1974, a través de una tesis elaborada en la ciudad de Tacna.
“Allá por el año de 1549, cuando los españoles llegaron a Ilabaya y a Locumba, dieron gran importancia al valle y viendo su extraordinaria fertilidad, plantaron gran cantidad de viñedos y palmeras. Éstas últimas en filas. Un español, de apellido Araníbar, en cuya hacienda del mismo nombre hizo una plantación de una enorme fila de palmeras, un 14 de setiembre.
Pasadas unas horas, su criado interrumpió la normalidad, para contarle que en una de las palmeras había aparecido una acémila, de hermoso color blanco, y tenía como carga dos cajones. El patrón, juntamente con el criado, se constituyó en la hacienda y certificaron la veracidad de la versión. En escasos minutos, la noticia se propagó por toda la zona; no había duda alguna, se trataba de una aparición misteriosa. En vano fue la espera para que apareciera el dueño de la acémila.
La ansiedad por conocer el contenido de las dos cajas se hizo notoria. Reunida en el lugar de la aparición, contemplaron asombrados a la hermosa mula, y luego decidieron destapar las cajas. Grande fue la sorpresa al encontrar dos imágenes de nuestro Señor Jesucristo, crucificado.
En una caja decía “Señor para Locumba”, y en la otra “Señor para Sama”. La imagen del “Señor de Sama” era más grande y perfecta. Por la mente de la población circuló la idea de quedarse con la mejor imagen, puesto que en Locumba había sido la aparición. Al poco rato, se pusieron a meditar y llegaron a la conclusión que era mejor se cumpla la voluntad de Dios. Inmediatamente acomodaron el cajón, conteniendo la imagen del Señor destinado a Sama. Pocos fueron los metros que alcanzó a caminar la acémila, a pesar que el arriero trataba por todos los medios de que continuara.
La mula cayó y no podía levantarse. No se explicaban que ello sucediera con tan ligero peso. Grande fue la sorpresa cuando fueron a ver los motivos: la caja con la imagen había adquirido un peso exorbitante y comprendieron que la voluntad de Dios había satisfecho el deseo de los pobladores locumbeños. La acémila de Sama emprendió la marcha hacia el valle de Sama, a una velocidad no acostumbrada.
La gente continuaba asombrada, por la misteriosa aparición y hallazgo. Su admiración fue tan profunda que llegó a arrancar emocionadas lágrimas en algunas personas. La fe cristiana se manifestó rápidamente. Todo ocurría el 14 de setiembre.
La gente, en imponente procesión dio gracias al supremo hacedor por tan magnánimo acontecimiento. Desde esa fecha, perdura la celebración que se hace al Señor de Locumba, y ha alcanzado contornos extraordinarios, ya que cada catorce de setiembre se constituyen alrededor de veinte mil devotos del Señor, y no sólo del sur del Perú, sino desde otros lugares, incluso del extranjero, como Bolivia, Chile, en oportunidades, de Argentina” (versión oral de Carlos Froilán Arenas Chiri, en Locumba, en 1974).
Fuente: de un texto inédito, próximo a publicarse
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