“Era la primera vez que iba a caminar hacia la ciudad de Locumba, tenía doce años de edad. Mis amigos del barrio, del pueblo joven Alto de la Alianza habían planificado todo. A mí me tocó cocinar papas y chuño blanco (la verdad, mi mamá había cocinado), en total pesaba dos kilos, creo.
Comenzamos a caminar, los más grandes llevaban frazadas, frutas, abrigos de todos nosotros… Yo caminaba únicamente con “condoritos” (sandalias de plástico, que se sujetan con los dos primeros dedos del pie). Pensé que la caminata sería breve. Sería las seis de la tarde, del día doce de setiembre, y ya estábamos en Tomasiri, yo estaba cansado. Mis compañeros me dijeron:
-¿Puedes seguir caminando, o te despachamos en carro hacia Locumba?
Herido en mi orgullo propio, les dije: -avancen nomás, ya les alcanzo en el desvío (después de pasar por el puente de Sama, al recorrer varios kilómetros, existe una ruta para los caminantes, por el lado derecho de la carretera Panamericana). Y ellos partieron, diciéndome: -nos encontramos ahí, porque allí vamos a dormir.
Confiaba ciegamente en mis piernas, esa noche no me respondieron. Retomé la marcha, caminé por la carretera Panamericana, buscando el desvío del camino, y nada. Seguía andando, estaba lloviznando y yo temblaba.
No portaba una linterna, todo era oscuridad; tenía un pantalón delgado, un polo delgado, una frazada delgada y mi cuerpo, era demasiado delgado. Cuando consideré que debía entrar a la pampa, giré a la derecha, con dirección a Locumba, y no veía a nadie.
Lloré, junto a la garúa, mi desventura. Avanzaba arrastrando los pies, como un condenado encadenado, no pude más y me senté. Recordé que tenía algo de comida, papas y chuño, consumí cerca de la mitad. Seguí, hasta que mis piernas deshidratadas me abandonaron. Seguí llorando, recordé todas las maldades que hice, y esperé la llegada de la muerte.
¿Quién podría rescatarme? Nadie, esa zona era un descampado. Me senté en posición de fardo funerario, la frazada era una frágil membrana frente a la lluvia que se había desencadenado. Los bomberos llaman hipotermia, cuando una persona es rescatada a temperaturas muy bajas (el médico legista hubiese diagnosticado así, la causa de mi deceso).
Sería las tres de la mañana del día trece de setiembre, cuando veo a lo lejos a un grupo de personas, serían seis, entre hombres y mujeres. La lluvia y sus sombras eran los únicos seres vivos que reinaban en ese momento. Me pongo de pie, y levanto las manos, tratando de pedir ayuda. Los caminantes se asustaron y comenzaron a correr, escuché que decían que era un condenado en pena; un joven aseveraba que yo era el cuco. Creo que ellos tuvieron razón. ¿Qué hace una persona solitaria, en medio del desierto?
No tuve fuerzas para correr, para alcanzarlos. Pero recobré la esperanza de sobrevivir, ellos tenían linternas, y los seguí. Cuando el sol desalojó a las sombras nocturnas, ya estaba en medio de la pampa del Gallinazo. Parece que me desmayé ahí, recuerdo a lo lejos que algunos peregrinos piadosos me dejaron algunas naranjas, dulces…
Al recobrar la respiración, recordé a los caminantes asustados y seguí el rumbo, iba seguro tras los peregrinos del Señor de Locumba. Desfalleciente, hecho pedazos mi cuerpo y mi alma, llegué a las cuatro de la tarde al santuario, y busqué a mis salvadores. Y no pude hallarlos.
Me fui a la cola, para poder saludar y tocar al Señor de Locumba, pasó como tres horas y me acercaba a él. Teniéndolo cerca, lloré como nadie, lloré mi desventura; le agradecí porque no me había quitado la vida, le di gracias porque me había dado una nueva oportunidad, (después me enteré que los peregrinos entran directamente hacia la sagrada imagen del Señor de Locumba, sin necesidad de hacer “cola”).
Desde esa fecha, tengo un voto hacia el Señor de Locumba: lo visito y estaré con él hasta cuando tenga vida. La otra promesa que le hice: caminar por tres años consecutivos. En los últimos veinticinco años, no le he fallado al Señor de Locumba.
Hace trece años atrás, las lluvias sin sombra del Señor de Locumba me ha confiado una tarea: difundir la fe del pueblo, propagar a nuestro Señor de Locumba” (versión oral de R.R.H., recogida en junio del 2011).
Fuente: de un libro inédito, próximo a publicarse