miércoles, 31 de agosto de 2011

Señor de Locumba, Festividad del


La fecha de inicio de los bailes religiosos de Locumba varía cada año, pudiendo comenzar el día 12 de setiembre (por regla general), todo dependerá del calendario anual.
Se inicia con la entrada al templo, a la vanguardia se ubican los músicos, le sigue el portaestandarte, prosigue con el caporal de la entidad dancística, a continuación siguen los bailarines de la agrupación de baile, que visten el traje de llegada; más atrás, se ubican los familiares, los acompañantes de la sociedad religiosa.
Todos los bailarines y acompañantes presentan sus saludos, bailando y cantando, al interior del templo del Señor de Locumba. En la mitad de la saludación, los danzarines se acercan a la sagrada imagen, acompañados de una melodía sobrecogedora. Los integrantes de la sociedad se acercan por columnas para “tocar” a la imagen (únicamente se despliega esta actividad en la llegada y en la despedida). En silencio, cada pareja, hace diversas peticiones. Luego, reinician la danza religiosa.
Se inicia la fiesta con la bienvenida a los danzarines, cada elenco de bailes envía su estandarte, su caporal y sus guías, para el inicio de la festividad. En esta ceremonia, el sacerdote entrega al Señor de Locumba, en forma simbólica, las danzas religiosas. Desde ese instante, empiezan las llegadas de las compañías religiosas. Las sociedades Virreyes de San Martín de Porras, Morenos del Señor de los Milagros e Incaicos del Señor de Locumba, son los primeros en ingresar al recinto, ya que ellos fueron los promotores de la fundación de la Asociación de Sociedades Religiosas. Las demás sociedades, lo hacen por orden de inscripción a la Asociación de bailes del Señor de Locumba.

Fuente: de un libro inédito de la Municipalidad Provincial Jorge Basadre

Sanción a los indisciplinados


“A comienzos de la década de 1990, trabajaba como profesor en el colegio San Martín de Porras. Para entonces, ya había recorrido la ruta hacia el santuario de Locumba, más de nueve años, tenía algo de experiencia.
En los primeros días de setiembre, comuniqué a mis alumnos si deseaban viajar a Locumba, pero caminando; había que hacer un sacrificio enorme, en agradecimiento por los dones que nos ha dado el Señor de Locumba.
Era el día doce de setiembre, partimos veintiséis personas: veinticinco estudiantes del quinto grado de secundaria y mi persona.
Llegamos sin novedad a la ciudad de Locumba, era las siete de la noche del día trece de setiembre. Había la necesidad imperiosa de dormir, de recuperar energías. Entonces reuní a mis alumnos y les dije:
-Muchachos, vamos a dormir en este mismo sitio (en la plaza principal de Locumba), abríguense bien y cuiden bien sus cosas. De pronto, del interior del grupo surgió la discordia, y cinco alumnos dijeron:
-Profe, nosotros no nos quedamos aquí, vamos a dormir a orillas del río (Locumba). Hasta mañana. Y los cinco se marcharon presurosos, con sus cosas; la verdad no había forma de imponer la disciplina. Tuve que dormir con los veinte restantes, parecía una gallina cuidando a sus pollitos.
Dormimos como troncos secos, sin ninguna novedad. Despertamos a la seis de la mañana, de pronto aparecieron los cinco, con una cara indescriptible. Les pregunté: 
-¿Qué ha pasado jóvenes, han tenido una pesadilla colectiva?
-No profe, a media noche vinieron unos asaltantes, y nos quitaron todo, nos han dejado sin nada.
Y comenzaron a sollozar, pidiendo perdón por su indisciplina.
El Señor de Locumba es piadoso, muy bueno, nos da lo que nosotros queremos. Pero él también sabe sancionar a los indisciplinados de la fe” (versión oral del profesor J.A.A., recogida en junio del 2011). 
Fuente: de un libro inédito de la Municipalidad Provincial Jorge Basadre

El milagro y los favores


Con relación al milagro o al favor popular, José Luis Gonzáles afirma que:
El “milagro” y el “favor” se encuentran en las raíces de la experiencia religiosa popular. No sólo como motivación de una serie de prácticas religiosas, sino como características de la misma experiencia religiosa. En el fondo de esa búsqueda constante del “milagro”, existe la convicción que “Dios y los santos son los que permiten vivir”.
Las ocasiones en que este tipo de experiencias son buscadas o han tenido lugar, suelen ser “situaciones límite” de enfermedad o cualquier otra circunstancia en que se ven comprometidos aspectos fundamentales de la existencia. Aunque, a veces, también se solicitan favores en relación con hechos triviales, se puede decir que la constante es la relación entre milagro y riesgo.
Es frecuente que la experiencia de milagro se encuentre al comienzo de una nueva devoción que se introduce en la vida personal o familiar y que, en no pocos casos, marca la iniciación religiosa de los niños. Parece que pueden distinguirse entre milagros-favores “personales” (que sólo benefician a la persona que los ha recibido) y que, por lo común, se mantienen bastante reservados; y favores-milagros “familiares” que se han convertido e patrimonio familiar y motivación de peculiares devociones y prácticas dentro del grupo doméstico (sic).
De cualquier forma, el milagro-favor es siempre un hito en la vida religiosa de la persona o de la familia, por ser interpretado como una revelación o hierofanía, en la cual se ha recibido o se espera recibir una ayuda especial que permitirá superar el momento crítico.
El “favor” o el “milagro” son experiencias frecuentes, sino en cada persona, sí en la religiosidad popular en general. Además, es estímulo de muchas devociones y prácticas religiosas: se busca el milagro como solución a situaciones insuperables en las condiciones concretas del creyente. Todo eso incide (…) como rasgos de la comprensión de Dios y de Cristo: la religiosidad popular descansa principalmente en la convicción que Dios es poderoso para ayudar en la vida; él es quien, permitiendo superar los obstáculos (muerte, enfermedad, falta de empleo, pobreza, etc.), hace posible la vida.
Se puede decir que hay una especie de centro generador en la religiosidad popular constituido por estos elementos: poder de lo sagrado (Dios, Cristo, Santos) más necesidades y situaciones-límite más milagro-favor (…). Todo esto refuerza, sin lugar a dudas, una fe popular que, ante todo, es fe en el Dios de la vida.
 En cuanto a los destinatarios de los milagros, es amplio, propia de la religiosidad popular, según la cual todos pueden (ricos y pobres) encontrar el favor de Dios, si embargo, por la condición misma de su vida y por la actitud religiosa, son los pobres los destinatarios privilegiados de la acción poderosa y benevolente de Dios.
Tanto la naturaleza como los destinatarios de los milagros son definidos en función de las necesidades del hombre. En la necesidad de los pobres se descubre un motivo de la predilección de Dios hacia los mismos. De este modo, la necesidad provoca, por un lado, actitudes religiosas más constantes y profundas (sentimiento de la necesidad de Dios y recurso constante a él) y, por otro, atrae privilegiadamente los milagros de Dios a favor de los pobres” (Gonzales: 1987; 362-365).
(Fuente: José Luis Gonzales, 1987)

Señor de Locumba, Características del santuario del

Presencia del río. El nacimiento de un santuario en honor de una Virgen, de un Cristo o de un santo va en relación directa con el aparato productivo de la zona, y de sus áreas adyacentes. En el caso de Locumba, se vincula directamente con la actividad agrícola, y en menor medida, con la minería y otras actividades menores (en la época colonial). A ello se une la presencia de un río, que da vida a los pobladores, y por ende, del surgimiento de una divinidad. Idéntica característica tiene el santuario de San Bartolomé de Chaspaya (Sitajara); en menor porcentaje, el santuario de la Virgen del Rosario de Pallagua, el santuario de la Virgen del Rosario de las Peñas (Arica).

Presencia de los peregrinos. Para llegar a un santuario se debe caminar una distancia considerable, en señal de penitencia, de sacrificio, de parte del peregrino. En otras palabras, la distancia entre la capital de la región y el santuario debe ser considerable. A mayor distancia de caminata, el mensaje tendrá buena acogida, manifestó un caminante del Señor de Locumba. Los peregrinos provienen principalmente de los distritos de Tacna, Ciudad Nueva, Alto de la Alianza, Gregorio Albarracín Lanchipa, Pocollay y zonas aledañas; en menor cantidad, vienen de la ciudad de Ilo, de Moquegua y áreas adyacentes; también llegan al santuario, los peregrinos de las provincias Jorge Basadre, Candarave… 

Origen popular del Señor. La aparición del santo, del Cristo o de la Virgen, tiene un origen colectivo, es decir, es anónimo, no pudiéndose precisar la fecha exacta de la aparición. Lo indiscutible en el Señor de Locumba, es que su culto se inició en la época colonial, después que los españoles afianzaron su poderío en la zona, luego que se tuvo un contingente considerable de mano de obra para las haciendas y las minas (esclavos, provenientes del África).  

Nacimiento popular de la danza. La primera manifestación coreográfica en honor al Señor de Locumba se dio a través de las cofradías, siendo los esclavos de Locumba, de Sama, de Mecalaco… quienes ejecutaban la danza de los morenos, fuera de la capilla. Conforme avanzaba el culto a la sagrada imagen, han aparecido otros elencos de baile. Ya en la época republicana, las cofradías se convertirían en sociedades religiosas de canto y baile. En la historia de los bailes religiosos del Señor de Locumba, existieron los “silencios dancísticos”, caracterizado por la no difusión de las danzas del Señor, en momentos de conflictos armados externos (o internos), o por alguna catástrofe insalvable (terremotos, sequías, plagas…).

Conducta modesta del peregrino, devoto o del danzarín. Desde la colonia hasta la actualidad, en los días centrales del Señor de Locumba, existe una “ley seca” tácita: no se consumen bebidas alcohólicas. Los danzarines de las compañías de baile no llevan maquillaje alguno, se muestran como son: devotos de la sagrada imagen. Los devotos o peregrinos que llegan al santuario, se visten modestamente, no haciendo ostentación alguna, existe morigeración en su conducta social.

Convergencia por la fe. En los días centrales de la festividad del Señor de Locumba, “desaparecen” las nacionalidades dentro de las sociedades religiosas, por ende, en los danzarines, en los músicos, en los peregrinos y devotos... Existe una necesidad vital de estar dentro del templo, de “tocar” a la sagrada imagen, de escuchar misa, de participar en la procesión. En suma, existe una atmósfera de recogimiento en el pueblo de Locumba.

Promesas o votos solemnes. Existe un lenguaje comunicacional popular, entre el creyente y la imagen del Señor de Locumba. Se considera como promesa: caminar por un determinado periodo, desde su lugar de residencia hasta el santuario; acompañar al Señor de Locumba, por una cantidad de años. Es decir, la promesa tiene un tiempo específico y limitado de vigencia. En cambio, el voto es definitivo, para toda la vida. Ejemplo de voto: cuando el creyente entrega su existencia al Señor de Locumba, o cuando entrega a un familiar, debido a su situación difícil, a la imagen sagrada.
Fuente: de un libro inédito de la Municipalidad Provincial Jorge Basadre

domingo, 7 de agosto de 2011

El tesoro del Cacique (Modesto Basadre)


Seguimos acopiando datos sobre la historia del Señor de Locumba, cuyo origen data de la época colonial. Va uno de los primeros relatos recogidos por Modesto Basadre Chocano, en el siglo XIX, en el pueblo de Locumba.

“Cura de Locumba, a principios del siglo actual (*), era el venerable doctor Galdo, quien fue llamado un día para confesar a un moribundo. Era éste un indio cargado de años, más que centenario, y conocido con el nombre de Mariano Choquemamani.
Después de recibir los últimos sacramentos, le dijo al cura:
- Taita, voy a confiarte un secreto, yo no tengo hijos a quién trasmitirlo. Yo desciendo de Titu-Atauchi, cacique de Moquegua en los tiempos de Atahualpa. Cuando los españoles se apoderaron del Inca, éste envió un emisario a Titu-Atauchi con la orden de que juntase oro para pagar su rescate. El noble cacique reunió en breve gran cantidad de tejos de oro, y en los momentos en que se alistaba para conducir ese tesoro, recibió la noticia del suplicio de Atahualpa. Titu-Atauchi escondió el oro en la gruta que existe sobre el alto de Locumba, se acostó sobre el codiciado metal y se suicidó. Su sepulcro está cubierto de arena fina hasta cierta altura; encima hay una empalizada de troncos de pacay y sobre éstos gran cantidad de esteras de caña, piedra, tierra y cascajo. Entre las cañas se encontrará una canasta de mimbres y el esqueleto de un loro. Este secreto me fue trasmitido por mi padre, quien lo había recibido de mi abuelo. Yo, taita cura, te lo confío para que, si llegase a destruirse la iglesia de Locumba, saques el oro y lo gastes en edificar un nuevo templo.
Corriendo los años, Galdo comunicó el secreto a su sucesor.
El 18 de setiembre de 1833, un terremoto echó por tierra la iglesia de Locumba. El señor Cueto, que era el nuevo cura, creyó llegada la oportunidad de extraer el tesoro; pero tuvo que luchar con la resistencia de los indios que veían en tal acto una odiosa profanación. No obstante, se asociaron algunos vecinos notables y acometieron la empresa, logrando descubrir los palos de pacay, esteras de caña y el loro.
Al encontrarse con el esqueleto de esta ave, los indios se amotinaron, protestando que asesinarían a los blancos que tuviesen la audacia de continuar profanando la tumba del cacique. No hubo forma de apaciguarlos y los vecinos tuvieron que desistir del empeño.
En 1868, era ya una nueva generación la que habitaba Locumba, mas no por eso se había extinguido la superstición entre los indios.
El coronel don Mariano Pío Cornejo, que, después de haber sido en Lima, Ministro de Guerra y Marina, se acababa de establecer en una de sus haciendas del valle de Locumba, encabezó nueva sociedad para desenterrar el tesoro. Se trabajó con tesón, se sacaron piedras, palos, esteras y, por fin, llegó a descubrirse la canasta de mimbres. Dos o tres días más de trabajo y todos creían seguro encontrar, junto con el cadáver del cacique, el ambicionado tesoro.
Extraída la canasta se vio que contenía el esqueleto de una vicuña.
Los indios lanzaron un espantoso grito, arrojaron hachas, picos y azadones y echaron a correr aterrorizados. Existía entre ellos la tradición de que no quedaría piedra sobre piedra en sus hogares, si con mano sacrílega tocaba algún mortal el cadáver del cacique. Los ruegos, las amenazas y las dádivas fueron impotentes para vencer la resistencia de los indios.
Al cabo, se le ocurrió a uno de los socios emplear un recurso al que con dificultad resisten los indios: el aguardiente. Sólo emborrachándolos pudo conseguirse que tomaran las herramientas.
Removidos los últimos obstáculos apareció el cadáver del cacique de Locumba.
¡Victoria! –exclamaron los interesados. Quizá no había ya más que profundizar la excavación de algunas pulgadas, para verse dueños de los anhelados tejos de oro.
El mayordomo se lanzó sobre el esqueleto y quiso separarlo.
En ese mismo momento un siniestro ruido subterráneo obligó a todos a huir despavoridos. Se desplomaron las casas de Locumba, se abrieron grietas en la superficie de la tierra, brotando de ellas borbollones de agua fétida, los hombres no podían sostenerse de pie, los animales corrían espantados y se desbarrancaban, y un derrumbe volvió a cubrir la tumba del cacique.
Se había realizado el supersticioso augurio de los indios: al tocar el cadáver, sobrevino la ruina y el espanto.
Eran las cinco y cuarto de la tarde del fatídico 13 de agosto de 1868, día de angustioso recuerdo para los habitantes de Arica y Tacna, y otros pueblos del Sur”.
(* Versión recogida por Modesto Basadre Chocano, en el siglo XIX).
El recopilador destila una cuota de discriminación racial en uno de los párrafos, creyendo que los “indios” (sic), son una raza inferior.
Fuente: de un libro inédito 

Visite: http:artistasdetacna.blogspot.com

viernes, 5 de agosto de 2011

Condenado o peregrino (RRH)


“Era la primera vez que iba a caminar hacia la ciudad de Locumba, tenía doce años de edad. Mis amigos del barrio, del pueblo joven Alto de la Alianza habían planificado todo. A mí me tocó cocinar papas y chuño blanco (la verdad, mi mamá había cocinado), en total pesaba dos kilos, creo.
Comenzamos a caminar, los más grandes llevaban frazadas, frutas, abrigos de todos nosotros… Yo caminaba únicamente con “condoritos” (sandalias de plástico, que se sujetan con los dos primeros dedos del pie). Pensé que la caminata sería breve. Sería las seis de la tarde, del día doce de setiembre, y ya estábamos en Tomasiri, yo estaba cansado. Mis compañeros me dijeron:
-¿Puedes seguir caminando, o te despachamos en carro hacia Locumba?
Herido en mi orgullo propio, les dije: -avancen nomás, ya les alcanzo en el desvío (después de pasar por el puente de Sama, al recorrer varios kilómetros, existe una ruta para los caminantes, por el lado derecho de la carretera Panamericana). Y ellos partieron, diciéndome: -nos encontramos ahí, porque allí vamos a dormir.
Confiaba ciegamente en mis piernas, esa noche no me respondieron. Retomé la marcha, caminé por la carretera Panamericana, buscando el desvío del camino, y nada. Seguía andando, estaba lloviznando y yo temblaba.
No portaba una linterna, todo era oscuridad; tenía un pantalón delgado, un polo delgado, una frazada delgada y mi cuerpo, era demasiado delgado. Cuando consideré que debía entrar a la pampa, giré a la derecha, con dirección a Locumba, y no veía a nadie.
Lloré, junto a la garúa, mi desventura. Avanzaba arrastrando los pies, como un condenado encadenado, no pude más y me senté. Recordé que tenía algo de comida, papas y chuño, consumí cerca de la mitad. Seguí, hasta que mis piernas deshidratadas me abandonaron. Seguí llorando, recordé todas las maldades que hice, y esperé la llegada de la muerte.
¿Quién podría rescatarme? Nadie, esa zona era un descampado. Me senté en posición de fardo funerario, la frazada era una frágil membrana frente a la lluvia que se había desencadenado. Los bomberos llaman hipotermia, cuando una persona es rescatada a temperaturas muy bajas (el médico legista hubiese diagnosticado así, la causa de mi deceso).                   
Sería las tres de la mañana del día trece de setiembre, cuando veo a lo lejos a un grupo de personas, serían seis, entre hombres y mujeres. La lluvia y sus sombras eran los únicos seres vivos que reinaban en ese momento. Me pongo de pie, y levanto las manos, tratando de pedir ayuda. Los caminantes se asustaron y comenzaron a correr, escuché que decían que era un condenado en pena; un joven aseveraba que yo era el cuco. Creo que ellos tuvieron razón. ¿Qué hace una persona solitaria, en medio del desierto?   
No tuve fuerzas para correr, para alcanzarlos. Pero recobré la esperanza de sobrevivir, ellos tenían linternas, y los seguí. Cuando el sol desalojó a las sombras nocturnas, ya estaba en medio de la pampa del Gallinazo. Parece que me desmayé ahí, recuerdo a lo lejos que algunos peregrinos piadosos me dejaron algunas naranjas, dulces…
Al recobrar la respiración, recordé a los caminantes asustados y seguí el rumbo, iba seguro tras los peregrinos del Señor de Locumba. Desfalleciente, hecho pedazos mi cuerpo y mi alma, llegué a las cuatro de la tarde al santuario, y busqué a mis salvadores. Y no pude hallarlos.
Me fui a la cola, para poder saludar y tocar al Señor de Locumba, pasó como tres horas y me acercaba a él. Teniéndolo cerca, lloré como nadie, lloré mi desventura; le agradecí porque no me había quitado la vida, le di gracias porque me había dado una nueva oportunidad, (después me enteré que los peregrinos entran directamente hacia la sagrada imagen del Señor de Locumba, sin necesidad de hacer “cola”).       
Desde esa fecha, tengo un voto hacia el Señor de Locumba: lo visito y estaré con él hasta cuando tenga vida. La otra promesa que le hice: caminar por tres años consecutivos. En los últimos veinticinco años, no le he fallado al Señor de Locumba.
Hace trece años atrás, las lluvias sin sombra del Señor de Locumba me ha confiado una tarea: difundir la fe del pueblo, propagar a nuestro Señor de Locumba” (versión oral de R.R.H., recogida en junio del 2011). 
Fuente: de un libro inédito, próximo a publicarse

Un milagro del Señor de Locumba (Napoleón Vega)


El 01 de abril de 1880, los guerrilleros del coronel Gregorio Albarracín derrotaron a la expedición chilena, en el pueblo de Locumba, sólo huyeron el jefe chileno y algunos subalternos extranjeros.
Por esta razón, las familias locumbeñas al estar en peligro, apresuradamente abandonaron el pueblo y corrieron en busca de refugio. “Alguien dio la idea y señaló como mejor lugar para ese efecto, la quebrada de Cauña, a donde se trasladaron apresuradamente, premunidos de los elementos necesarios (…).
Cauña queda a unos treinta y cinco kilómetros de Locumba, más exactamente, a la cabecera del valle de Cinto y al pie de los contrafuertes cordilleranos. En ese inhóspito lugar solitario de escarpados terrenos, rápidamente se improvisaron toldos y ramadas para alojar a las familias integradas por elemento impedido para ir a la guerra. Allí en la distancia y en frondosa vegetación silvestre quedó oculto el pacífico vecindario locumbeño, incapacitado para intervenir en defensa del pueblo, por carecer de material bélico. (…) En consecuencia, los refugiados de Cauña quedaron en el mayor desamparo contando sólo con la misericordia de Dios (…).
Cuando el teniente (chileno) Almeida huyó de la muerte, en Locumba, maltrecho y jadeante llegó a la estación ferroviaria de Hospicio (…) Luego dio cuenta de la suerte fatal que corrieron sus cincuenta soldados, significando esta acusación una profunda sed de venganza de parte de las tropas chilenas (…)
El mismo jefe del comando de las tropas invasoras dictó la terrible sentencia: todos los locumbeños debían ser pasados por las armas; incendiadas las casas del pueblo como también las del campo (…) Locumba fue arrasada por esa impía acción que puso prácticamente todo el pueblo en llamas, incluso la iglesia y como una veintena de bodegas repletas de vinos y aguardientes; esta venganza abarcó hasta el valle de Cinto. De esta manera Locumba quedó en escombros y en completa desolación.
Se dice que los chilenos buscaban con ansiedad la efigie del Señor de Locumba, no se sabe si para llevársela o para destruirla. Pero felizmente no fue ubicada, pues había sido ocultada previamente. (…)
Los pocos varones que en última instancia habían llegado allí en la condición de prófugos, aprovechando las primeras luces del alba, trepaban la cumbre para atisbar en dirección de Locumba, hasta que un día de retorno trajeron la terrible noticia de que habían visto avanzar una caballería en largo cordón y portando brillantes armas. Entonces no cabía duda que se trataba del ejército enemigo, cundiendo un terrible pánico entre las mujeres y niños que desesperadamente apelaban a la imagen del Señor de Locumba, demandando en clamorosa y santa devoción, su amparo.
Mientras el elemento femenino y los niños elevaban preces a Dios en son de auxilio; los ancianos y los pocos adolescentes que allí se encontraban, en resuelta acción, rápidamente deliberaron y poniendo su fe en Dios juraron defender el honor de la Patria y amparar a las familias allí refugiadas, acordando entonces en medio de vivas y de amplio fervor patriótico hacer resistencia al enemigo. (…)
Y efectivamente la caballería chilena avanzaba con cauteloso tacto y en minuciosa observación, pues, parece que temían un sorpresivo ataque. Cuando estaban a un kilómetro y medio del refugio, de pronto las avanzadas de la tropa enemiga se (encontraron) con un hombre que caminaba en sentido contrario, era de apariencia humilde y casi cubierto de andrajos. Inmediatamente fue detenido, y aunque esa persona no hacía resistencia, de viva fuerza fue llevado a presencia de los jefes. El extraño caminante, aunque en apariencia era humilde, lucía un austero semblante y sus palabras tenían el don de convencer; su mirar tal vez llevaba un poder hipnotizante. De otra manera no se concibe cómo pudo cambiar el rumbo a un regimiento de caballería que estaba ávido de sangre y de insaciable sed de venganza, sólo con el resultado de una breve interpelación que le hicieron los conductores de la caballería extranjera.
El modesto hombre quedó en libertad y siguió su camino (…) Así el regimiento de la venganza, hizo su regreso al desolado pueblo de Locumba.
Aquel misterioso personaje que salvó al vecindario locumbeño, había aparecido justamente en el preciso momento que era necesario interceder por los desamparados en el refugio de Cauña. Su presencia tenía semejanza al Salvador de Galilea. Si hacemos una investigación sobre su procedencia y su presencia en ese sector cordillerano, donde no hay medios de vida ni caminos para atravesar los andes, tenemos que llegar a la conclusión que su oportuna presentación allí no puede ser otra que la obra de la majestad divina. Pues, para presentarse en ese lugar el misterioso aludido caminante, necesariamente tenía que haber pasado antes por el sitio donde estaban atrincherados los improvisados combatientes de Cauña (…)” (Versión recogida por el Sr. Napoleón E. Vega, 1960). 
Durante la guerra externa, iniciada por Chile, se libró la batalla de Locumba, entre las fuerzas peruanas dirigidas por el coronel Gregorio Albarracín Lanchipa, junto a los pobladores patriotas de la zona, contra una avanzada del ejército chileno, dirigida por el comandante Dublé Almeida. El enfrentamiento ocurrió el 01 de abril de 1880, al final de la contienda huyó el jefe chileno, junto a ocho subalternos. Triunfo indubitable de la causa peruana, mas la respuesta posterior del ejército invasor no se hizo esperar: incendió el templo del Señor de Locumba, se asesinó a varios pobladores locumbeños, destruyó y saqueó las propiedades de los pobladores”. (adaptación del autor)
Fuente: "Señor de Locumba" de Napoleón Vega, 1961